Cuando ocurren cosas muy tristes y grandes, como las guerras o conflictos que a veces vemos en las noticias, no solo afectan a las personas que las viven directamente. Esas experiencias difíciles pueden dejar cicatrices invisibles que duran muchísimo tiempo. Lo más sorprendente es que estas huellas pueden sentirse incluso en los hijos o nietos de quienes vivieron esos momentos, como si un eco de preocupación o tristeza viajara a través de las generaciones afectando a toda una comunidad.
¿Y cómo es posible que esto suceda? Los investigadores han descubierto que las experiencias traumáticas (momentos muy difíciles o peligrosos) pueden cambiar la forma en que las personas se sienten y se comportan, y a veces, sin querer, transmiten esos miedos o esa desconfianza a sus hijos. Por ejemplo, se estudió a bebés de mamás que estuvieron cerca de un evento muy impactante y se vio que tenían diferentes señales de estrés en su cuerpo, ¡incluso antes de nacer! Además, las historias sobre eventos duros del pasado que se cuentan en la familia o en la comunidad pueden hacer que las nuevas generaciones se sientan conectadas por esa historia compartida, para bien o para mal.
Entender que estas heridas del pasado existen y afectan a grupos enteros de personas es muy importante. Es el primer paso para poder curarlas y ayudar a las comunidades a sanar juntas. Cuando una comunidad comprende su historia, incluso las partes difíciles, puede encontrar maneras de apoyarse mutuamente, fortalecer sus lazos y construir un futuro donde todos se sientan más seguros y comprendidos. ¿Te imaginas cómo el apoyo entre todos puede ayudar a cerrar esas cicatrices invisibles? (Nature)
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